Viaje al fondo de las pupilas

Me gusta cenar sola y de pié en la vieja cocina de Quito. Cenar, o desayunar un poco tarde: huevos, pan y jugo de naranja. Tengo que esperar a que llegue el domicilio con las anticonceptivas, soy tan floja como para salir de mi guarida, claro, si alguien me invitase a recordar porqué me tomo las pepas sagradamente cada noche, de pronto sí, me animaría a salir. Nunca leí los libros que he dicho que he leído, ni todas esas películas de culto que todos vieron, en cambio, oculto como gran secreto que me deleito viendo documentales sobre mecánica cuántica, leyendo la teoría del vacío y de las cuerdas, y talvez uno que otro ensayo postmoderno.

Soy mucho más joven de lo que podrían pensar. Recién cumplí 22 años, nací en el caribe y he vivido en Quilmes, en los alpes marítimos, en Kingston, en Ciudad de Panamá, en Valparaíso, en Jujuy, en la selva amazónica, en Quito, que es donde me encuentro ahora. En Quito, o en el cuarto de la lavandería, mucho mejor. La luz no funciona muy bien, a veces prende, a veces no. Como todo. Es pequeño, húmedo, azul, frío, solitario. Como yo. Me declaro una amante empedernida, una diva en decadencia, una musa indiferente, un demonio sin poderes, una reina sin corona y una diosa sin creyentes. En pocas palabras,  soy un maldito desastre.

Para hacerme el par de huevos que me estoy comiendo, tuve que quemar la sartén. Me quemé cuando la puse en el lavaplatos para que “se enfriara”. Derramé el poco de chocolate que me hice, lo serví fuera del pocillo. Tengo que limpiar, y derramo el chocolate en el piso. La imagen que presencio en este ridículo momento, es el de una tipa con el cabello más enredado que wikileaks, con pantalones que se caen por mi extrema delgadez, y esta pañoleta enrollada en el cuello, comprada de segunda en el centro de mi amada ciudad.  Estoy de pié, estoy comiendo mi par de huevos con tostadas, y no lo soporto. El estómago quiere vomitar cualquier bocado que ingiera. Diarrea constante. Son los gusanos de la vida que viven dentro de mí como un ejército de viles canallas, que hacen que cada sentimiento, experiencia, conocimiento se vuelva mierda. Mierda líquida, dolorosa y maloliente.

Pero tengo que comer, el organismo me lo pide.  Sola en casa, con la vida que se deshace cada segundo. Es un lento transitar por una calle desolada y oscura. Sólo falta que llueva. Y mierda! Llueve. Cuando todo parece aclararse, no te alegres, significa que volverá a estar oscuro. Es un lento transitar entre la neblina, cuando crees que estás viendo algo, es sólo una imagen desenfocada. Yo lo sé mejor que nadie, por la noche la azotea del edificio es un mar de humo, y por la mañana… también. Por la mañana, muy en la mañana, tipo 6. Ahora, cómo es posible que este demonio nocturno conozca la niebla de las seis de la mañana, sencillo, tengo que trabajar. Así es. Trabajo en una oficina, en un computador, con una luz blanca en el techo. Si yo, la diva en decadencia, la diosa sin creyentes, la musa sin poderes, la reina sin corona. Trabajar, Trabajar y Trabajar, cuánto te recuerdo querido ex presidente Uribe. Y así me presento, sin bañar, con el cabello más emproblemado que Gadafi, con la ropa del día anterior, con las mismas botas viejas que fueron a medio mundo y volvieron, las mismas que dejan filtrar el agua por las suelas, y en Quito siempre llueve. Los jeanes rotos, con las pantaletas que hacen gala cuando mis caderas inexistentes dejan resbalar el pantalón hacia abajo. Con los ojos rojos, y con una expresión en la cara que dice: a esta puta hora no-se-tra-ba-ja. Pero bueno, alargo la lista del proletariado, ese que trabaja para los demás. O en palabras de Cantinflas: Algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado. Lo bueno es que mi trabajo tiene algo de sentido, al menos no me siento en tan en deuda con el mundo. Entonces olvido todo lo demás, y lo hago con gusto.

Yo, la reina sin reino, soy fanática del tetris y de los juegos de cartas, ahora mismo mientras se me ocurre cualquier parolaccia, estoy jugando solitario. Ahora que lo pienso, el solitario es el juego del amor por excelencia. Todos quieren jugar en solitario, finalmente, horas y horas, derrota tras victoria, y viceversa. Y las cartas son todas al maldito azar. Desde hace unos meses no he logrado superar el puntaje. Sin embargo esta semana logré picos bien altos, pero bueno, aposté todo y perdí todo. La adicción al juego, será.

Soy buena para el juego, tengo esta maldita cara de diva en decadencia a la que nadie puede negarse. Pueden pasar dos cosas, o te asustas, o te intrigas. La mayoría de la gente opta por la primera opción, salen corriendo. Supongo que la diva en decadencia se puede comparar casi a una bruja malévola. Pero no se asusten, no tengo poderes. Esta mirada fría e irreductible, guarda mucho más. O bueno, será precisamente esto lo que asusta, la profundidad del vacío.

Mis ojos son negros, negrísimos, igual que mi cabello. Mi piel es morena, quemada por el sol. He sufrido múltiples picaduras de insectos en la selva, conservo aún algunas marcas. Me gustan. Me recuerdan lo duro que es el mundo real. Tengo estos labios desahuciados, hinchados por la sed, y violetas por el frío. Pocas veces se les ve sino es en su forma natural de boca inmóvil. Mi mirada se pierde constantemente en el vacío. En un punto fijo e inexistente. Es difícil seguirme. Lo sé. Tengo estas manos cadavéricas, largas y huesudas, muy largas. Los pintores con ellas se vuelven locos, los hombres comunes… también. Ni tan comunes, pues los comunes siempre se intimidan con estos ojos, y la verga no se les para. No tengo tiempo para perder, querido.

El hombre que me desee tiene que soportar esta mirada fría y de muerte, y clavarme para redimirme. Tiene que lograr dominarme mentalmente. Es la guerra, y quiero ser la víctima mortal. Hubo un par de valientes en mi historia de amante empedernida, unos más que otros. El primero terminó huyendo. El segundo todavía resiste, huye y vuelve, huye y vuelve.  Hubo otro, pero no supo ser lo suficientemente perverso. Y hay un músico hermitaño que ahora mismo debe estar encerrado en sus cuatro paredes, frente a la pantalla, igual que yo, y lo amo puramente. Recién conocí uno, uno de verdad. ¿Hablar de él? Difícil.

Para resumir puedo decir que es el cielo y el infierno, en el mismo tiempo y en el mismo espacio.  Yo, la musa indigente, puede tener sus pretensiones de vez en cuando, ¿no? Pero el cielo no es para mí. Tampoco el infierno. Finalmente vivo y merezco vivir en un limbo sin tiempo, ni espacio. Sólo oigo el pasar de los motores, respiro el humo de sus enormes chimeneas, me alimento de sus químicos,  y a veces, rara vez, sueño. Pero ni eso vale la pena. Si quiero me toco el alma un segundo, y reflexiono sobre el maledetto amore. La casa está vacía, puedo desnudarme por completo. Pero estoy segura de que no querrán ver esta escena, tan perturbadora.

Me estoy matando de hambre, no terminé mi desayuno nocturno. Soy un cadáver, ormai, sumida en la desolación. Sentada sola frente al mirador de la propia ruina. Pienso en todo y pienso en nada. Luego recuerdo las palabras de mi padre: Relájate, es sólo un paseo. Qué susto, el timbre! Llegaron las pastillas anticonceptivas, pago por mi egoísmo. Finalmente, son el signo de una naturaleza reprimida, pero a la vez de una humanidad liberada. Es tarde y ya estoy harta de pensar y deshacerme, trataré de dormir.

Mañana es sábado. Mañana es lunes. Mañana es viernes. Mañana es la esperanza de un despertar menos doloroso. Pero me es imposible sentir el deseo de abrir los ojos.

3 Respuestas a “Viaje al fondo de las pupilas

  1. Esta es la mujer que yo quiero.
    Sucia y angelical, diabòlica y humeda.
    «Naturaleza reprimida, humanidad liberada».

    Y para defenderme huyo y vuelvo.

  2. ¡Bienvenida!.
    Has salido.
    Disfruté mucho la lectura y no hay nada más que decir.
    Un abrazo.

  3. extraordinaria!!

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