Archivo de la etiqueta: muerte

Llorar en Silencio

Quedar sepultado en la oscuridad, con cientos de kilos de tierra sobre ti y pedir auxilio. No entender qué pasa. Negar. Quedarse sin oxígeno en el fondo, lejos de la superficie, luchando contra el reflejo involuntario de abrir la boca para tomar aire. Perder el casco del traje en una caminata espacial. Ahogarse. Quedarse inmóvil y con miedo en una pesadilla; queriendo gritar, queriendo correr, queriendo golpear y sin poder hacerlo. Desesperarse. Ignorar. Ir en un tren que se descarrila, ver morir a la propia familia en el accidente, y quedar vivo, solo. Ver noticias de muertos, guerras, hambre, injusticia, en la gris comodidad del hogar. Dormir todo el día. Saber que alguien muy cercano está próximo a la muerte, verlo sufrir, verlo desaparecer, y no tener la cura, el remedio, el menjurje que logre devolverle la energía. Tocar lo imposible. Rabia. Desechar la esperanza y al mismo tiempo aferrarse a ella. Retornar a dios en la última instancia, después de haberlo negado por años y negándolo aún mientras le ruegas. Frustrarse. Recordar en el lecho de muerte aquello que no se hizo, aquello que avergüenza, aquello que duele y aquello que enoja. Lanzarse de un edificio y quedarse vivo en el intento, cuadrapléjico. Haber renunciado al amor, pero buscándolo en cada cara. Levantarse con los ojos hinchados. No tener hambre, ni deseo, ni ánimos, ni perspectiva. Pensar en los sueños propios como elementos del pasado y no del futuro. Descubrir que las pocas certezas que habían tardado años en madurarse, no son más que pajas mentales. Descubrirse solo, cada día, a cada momento, noche y día. Pensar que todo va a estar mejor y morir sentado esperando ese día. Tener de cerca la felicidad y un obstáculo enorme entre los dos. Un obstáculo ajeno, puesto por el destino – o por dios – fuera del control humano. Una piedra de setecientas toneladas. Pensar que es una prueba de la vida y enojarse porque le tocó a uno. Pensar que es un chiste de mal gusto y sentirse humillado por la propia existencia. Querer pensar en un hermoso después, pero saber, con una certeza desconsoladora, que nunca llegará.

Allá y Luego

Lunes por la tarde y ella aún no despierta. Siempre me regañaba por dormir hasta tarde, ahora es ella quien no se alza de la cama. Con esfuerzo entreabre los ojos mira a su alrededor y vuelve a caer dormida, sin fuerzas, desvanecida. A veces balbucea una que otra palabra, creo que me habla, pero luego caigo en cuenta de que está confundiendo su sueño con la realidad; toma partes de aquí y de allá, del ahora y del después, las une, y termina flotando en un limbo onírico que toca la orilla de la realidad, siendo que finalmente sueño y realidad, vigilia y profundidad, superficie y fantasía conviven en la misma playa.

Miércoles a medianoche. No sé cuántos días han pasado desde que duerme, sé que va al baño y que come algo pero pareciera que elige el momento en el que estoy distraído o fuera de casa para hacer estas labores. Una vez la vi levantarse mientras su mente permanecía sumergida en su otra realidad, sé que no sale de allí y que permanece atrapada no sé si en contra de su voluntad o queriéndolo concientemente. Puede ser una mezcla de ambas cosas, su alma simplemente está allá y allí es feliz, aunque racionalmente no lo haya escogido. Aún así, qué otra cosa más voluntaria que la elección natural del alma hacia su destino?

Viernes de madrugada. Abre los ojos súbitamente se queda mirando fijamente algo que no está. Está concentrada y absorbida por ello. La observo en silencio, agotado pero esperando una respuesta, o mejor, una resolución. La tensión del momento es tan aguda que la escena parece adquirir una luminosidad mayor de la normal y todo alrededor se enfoca finamente como queriendo contar dentro de la historia pero sin conseguirlo. Ella despega su espalda de la cama y se levanta lentamente con la mirada clavada en el misterio. Permanece sentada. Se desploma nuevamente en la cama. Toma con fuerza una última bocanada para volver a sumergirse.  No sé si esta vez será la definitiva, yo sólo sé que estoy aquí en la orilla mientras la observo, la acompaño y la dejo explorar esa profundidad que no es ni el aquí, ni el ahora.

A Missed Message

Comienza el descenso, ya puedo sentirlo dentro de mi cuerpo, el ritmo cardíaco comienza a ralentizarse, los pensamientos poco a poco comienzan a desaparecer. La habitación se congela, no importa la temperatura real, las paredes se cubren con una fina capa de hielo, la cama, la cobija, el techo, las puntas de mis pies. Miro a mi alrededor, inmovilizado, busco una pista, algo dónde poner a descansar mi mente mientras mi cuerpo comienza el viaje. Un largo hibernar. Un golpe de frío directo en el corazón. Lucidez extrema, de pronto recuerdo todo contemporáneamente. Oscura la ciudad. Corría mirando siempre a mis espaldas. Las luces de los bares abiertos se refleja en el asfalto húmedo. La gente habla, ríe, se seduce, todos juntos en masa, perfumados, labios rojos, zapatos relucientes, chaquetas finas, medias de malla, belleza, alcohol, humo. Nadie me sigue, pero la sensación de ser vigilado constantemente me perturba. El rugido de la fiesta, del sexo y la banalidad es un estruendo lejano, dentro de mí sólo existe atención para lo que voy buscando, la clave para comprender todo este infortunio. Se me acerca una joven mujer con un trago en la mano, lleva los labios pintados de violeta, ríe, sus ojos están desorbitados por el alcohol, trata de organizar sus pensamientos e hilar alguna frase “todos te quieren a ti y tú a quién quieres?” me dice mientras su sonrisa comienza a desdibujarse de su rostro, súbitamente su expresión pasa del éxtasis a la tragedia, comienza el llanto “todo es tan oscuro dentro de mí que los demás se dan cuenta, buscan en mí sólo una cosa, mi cuerpo, mi oscuridad nadie la quiere, pero es esto lo que soy, entonces es a mí a quién no quieren, sino esto… esta cara, esta piel, esta boca que lame y gime, este coño, y yo? mis entrañas?” dice entre lágrimas, un grito adolorido sale desde el fondo de su garganta, me recrimina, me odia, deposita en mí todos sus pesares, todas sus penas, yo sigo inmóvil pensando en sus palabras y mirándola fijamente a los ojos. En un instante fugaz su mirada se recompone, se vuelve brillante y consciente, pero no expresa positivismo alguno, por el contrario veo un profundo odio, una llama iracunda. En este arranque de rabia y frustración la joven revienta el vaso contra el suelo, se quita los aretes, con las manos se borra el labial, la pintura de los ojos, el llanto no cesa, destruye el peinado que tanto le había costado hacerse, se deshace de todas las alhajas, anillos, cadenas, brazaletes. “Mírame, esta soy, sin adornos, sin plumas o flores o colores, ya no quiero cargar con el peso de mis ovarios, qué condena ha sido esta, ser mujer sin belleza, tu eres un hombre joven y bello, yo en cambio qué tengo? un  cuerpo que cada día es menos deseable, que no se me engañe, que poco es lo que les interesa lo que pueda expresar, pensar o sentir. Es como si la inteligencia pasara siempre a un segundo plano. La belleza es siempre lo primero. Es inútil el latido sexual predomina. Mi padre incluso de 70 años aún gira la cabeza detrás de un par de piernas” Se mira de las manos, se toca las caderas, busca algo en su cuerpo, observa detenida y profundamente sus senos. Algo la atemoriza.  La mujer que ante el paso del tiempo y la pérdida de su belleza física se siente como quien está frente a la guillotina, fatalidad, su útero sale de la oferta, no es más un codiciado tesoro, está condenada a su propio cuerpo y a cada trozo de carne en que la sociedad lo ha convertido. No dejo de mirarla, fría, seria, la conozco, entiendo sus palabras y su ira, la abrazo mientras ella llora, qué le ha hecho la sociedad a nuestras mujeres, qué les ha hecho el hombre, qué se han hecho ellas mismas… me pregunto con un poco de ansiedad. “Vete a casa, habla con tu madre” le digo, ella me devuelve la mirada y se aleja cabizbaja. Estoy solo nuevamente, entonces vuelvo a lo mío, cada vez me adentro más en el bosque, árboles con formas humanas, troncos podridos llenos de parásitos, todo aquí me huele a muerto, a putrefacción, allí está ese hombre de cabellos largos y tatuajes, o esa chica de culo apretado y escote pronunciado, o ese otro que parece marcar territorio como los perros, y yo existo para ellos? Qué aspecto tengo? Soy igual de mediocre, nada nos separa, no somos vidas que florecen, sino vidas que se consumen, y ninguno de ellos parece hacer nada al respecto. Entonces descubro el fin de mi búsqueda, un alma que brille entre toda esta multitud, una flor en medio del bosque muerto. Sigo caminando sin razonar sólo olfateando, cuando vuelvo a ser conciente me encuentro en un parque iluminado por una tenue luz pública, no hay nadie a la vista, pero sé que no estoy solo, de pronto simplemente en el centro de la tensión. Me detengo y respiro. Busco mis cigarrillos, no los encuentro. En el piso, perdido y brillante, un brazalete femenino, una delicada cadenilla de oro. Súbitamente el parque ya no es un lugar atemorizante.  Es este el momento justo en el que me doy cuenta de que estoy soñando, las superficies se vuelven transparentes, la gente, los árboles, la noche. Entreabro los ojos, busco la sábana para cubrirme y darme calor, tiemblo y sudo. En el delirio vuelvo a cerrar los ojos. Veo a la mujer fugitiva ya anciana pero aún bella. Algo quiso decirme, pero sus palabras se esfumaron en mi confusión.

Noir

Esta mañana me desperté con el corazón apretado por una angustia insoportable. Mi cuerpo estaba completamente afectado por microorganismos diabólicos. Abrí los ojos y fue inmediato, sabía que había vuelto a entrar a un túnel oscuro. No sé cuántos días han pasado desde que estoy así, pero me parece una eternidad. La última imagen o recuerdo que tengo de mí en buen estado físico y mental me parece de hace siglos, o incluso como si nunca hubiese sucedido. Quisiera encontrar un culpable a mi malestar. No hay explicaciones, todo misticismo me es ajeno, si a alguien hay que señalar que sea a mí mismo… por qué razón? La que sea. Quizá la eterna estupidez del humano, la mía, que me ha llenado el pasado con cientos de errores. Mi hermano dice que no debemos sentirnos estúpidos por cometer errores, si es la primera vez que erramos obedece a la lógica del “ensayo y error”, una experimentación legítima. La estupidez es volver a caer en el mismo error una y otra vez. He errado muchas veces por necesidad de probar, otras, debo admitirlo, por estupidez. Mi hermano también dice que todos somos estúpidos y que no debería sentirme mal por haber actuado estúpidamente un par de veces, algunas veces, muchas veces. Todos somos ridículos, todos somos patéticos, todos somos estúpidos, es parte del ser humano. La gente que me rodeaba una a una se ha ido marchando, no han necesitado de mi compañía, o quizá simplemente no les agrada, y quién necesita tener un enfermo cerca? Quién necesita tener a alguien cerca? Lentamente cada persona es más consciente de su soledad en el mundo, curiosamente en un mundo que es cada vez más poblado de nuestros similares, y precisamente preferimos encerrarnos en nuestras pequeñas burbujas individuales repitiendo el mismo mantra de la soledad “a fin de cuentas estamos solos”, como una gran implosión individualista a la que todos llegamos en algún momento, sobre todo en los estados peores del existir. Hace poco iba en un bus con mi hermano, algo raro me pasaba, mientras él hablaba podía escucharlo perfectamente, pero cada vez que quería decir palabra, expresar alguna idea, movía mis labios y mi lengua y creía articular una idea, veía que mi hermano me escuchaba atento, pero yo no podía escuchar lo que yo mismo estaba diciendo, entraba en conflicto pues no tenía la confirmación de estar diciendo eso que estaba pensando, eso que creía compartir. De pronto no era importante eso que decía, de pronto sólo era momento de callar y escuchar, de pronto mi mente ya estaba cansada de escuchar mi propia voz. Sin embargo simultáneamente esta imposibilidad de escucharme, me hacía sentir atrapado bajo una capa espesa de barro, como ese sueño que tuve en una de mis tantas siestas de enfermo, en el que me encontraba en algún espacio lleno de fango, pero un fango sucio y maloliente, no importaba cuánto me esforzaba por salir de él, era inútil, dejaba solo cansancio e impotencia. Mi hermano dice que esos sentimientos son sólo catalizadores de los procesos naturales que experimentamos como individuos conscientes. Pero a veces se me hace que la tristeza llega al cuerpo y le causa malestar a la conciencia, odio hacia el hecho de estar vivo, al tener obligaciones fisiológicas que ni siquiera están determinadas por nosotros mismos. La tristeza llega al cuerpo como cualquier otra enfermedad, quita el hambre, el sueño, adelgaza, disminuye las defensas. Mi hermano dice que la enfermedad es un estado de aberración del bienestar que se da por un desequilibrio del organismo en cuestión. Y estamos siempre en desequilibrio, nosotros. Él dice que cuando se rompe el equilibrio entre lo que te ataca y lo que te defiende, entre lo que entre lo que entra y lo que sale, entre lo que muere y lo que vive, la enfermedad gana sobre el cuerpo. Le pregunto entonces por el desequilibrio emocional, a lo que responde que los sentimientos en cambio necesitan el desequilibrio, son estados que necesitan de la contraposición, del sopesarse una cosa con la otra, y cada mínimo movimiento en una de ellas sopesa a la otra, ergo un vaivén constante. Tengo ganas de vomitar, pudo haber sido lo que he comido o bebido en estos días, o algunos bichos aprovechados de mis bajas defensas en mis días de desamor. O pudo haber sido todo al mismo tiempo. Cuerpo, alma, conciencia, historia, trabajo, futuro, todo junto, todo revuelto, dado en una píldora de malestar holístico y cuando nada funciona, ni el espíritu, ni el colón, ni los oídos, ni la cabeza, la habitación desaparece, el calor, el frío, la noche, el día, el almuerzo o el desayuno, es siempre ahora y es siempre mal, todos los órganos, todo el sistema. Mi hermano me ayuda a tenderme en la cama, me dice que me relaje y sea consciente de mi enfermedad, pronto mejoraré y volveré a estar bien como siempre. Pero es cierto que no recuerdo qué significa estar bien y mucho menos como siempre. No recuerdo la última risa, la última tranquilidad, el último buen sueño. Cierro los ojos e intento olvidarme, dejar que mi cerebro descanse de tanto dolor. Quiero terminar este largo día con una muerte. “Hay que acoger esa muerte, mañana renacerás” dice mi hermano.

Asmodeo

Basta un segundo para comprenderlo todo en los ojos de alguien más, basta poco, un gesto, una señal. Lo sé bien que es fácil equivocarse: creer que la hubo, aunque no, y viceversa, creer que no la hubo, para luego darse cuenta de que era necesario un poco más de tiempo. En todo caso, son excepcionales, esas veces que sucede de golpe, instantáneo, y luego, como por arte de magia el contacto se establece, busca su natural punto de equilibrio y logra finalmente perdurar en el tiempo. Míralo: hace años arribado de lejanas tierras empujado hasta esta orilla por aires vagabundos, según Plinio el Viejo, había nacido con una sonrisa en los labios, lo que auguraba su sabiduría. Cómo no notarlo. Primero la confusión, luego la rendición, pero obviamente él también se ha rendido, un pequeño pacto secreto nace de un momento de rendición total, un equilibrio fino y delgado que camina sobre el filo de una navaja. Seducción, deseo carnal, amor por lo profano. Todo puede saberse desde el principio, todo puede decidirse desde el principio, siendo concientes de que  decisiones de este tipo comportan una gran apuesta que no siempre estamos dispuestos a aceptar, quizá por cuestiones de pura conveniencia, y sin embargo, cuya tensión es una corriente de energía poderosa que atrae y recarga. Potencia. Despierta. Sacude. Renueva. Así pues nos hemos encontrado en algún punto del camino, siendo quienes somos ahora, tan diversos y tan distantes. Él se beneficia tanto de mí como de él, aunque cada vez se invade un poco más el espacio del otro, y no obstante, si es un juego de estrategia bien pensado, puede resultar entretenido y gratificante. Noches de música en antiguos lugares olvidados  por la civilización enmarcaron nuestros casuales encuentros. Rocío, castillos, luces tenues, sonrisas, vinos, palabras cordiales, primeros planos sobre los ojos, ciao, sonrisa, mirada, de nuevo sonrisa, suspiro, arrivederci, mirada, mirada, mirada, suspiro, media vuelta y camino. Fugitivos contactos físicos, dedos inquietos que buscan un poco más de piel. Jugar a ser poetas malditos, románticos fuera de tiempo, galanes de filmes en blanco y negro. Una espiral de arte movida por un instinto primario de eterna seducción; difícil calcular hasta dónde se está dispuesto a llegar cuando dentro del estomago la pasión y la curiosidad por lo desconocido suena como una campana que llama a misa, a una ceremonia donde se es al mismo tiempo, carnífice y víctima, una ceremonia cuya experiencia nos ha demostrado una y otra vez la estupidez del humano, quien no satisfecho con el encuentro y sus bondades siente sed de poder, placer macabro y ávido, y todo placer quiere eternidad. Hasta dónde más estás dispuesto a caer? Cuánto más peso puede resistir nuestra delicada tela de araña tejida con frágiles inquietudes, deseos, fantasías, dudas y perversiones?  La carne reclama su parte, el batido del corazón que con cada golpe envía calor a las zonas erógenas del cuerpo, el ritmo cardíaco que se escucha dentro de los propios oídos como un cronómetro diabólico, que asusta, que persigue, que desea, que excita. La oscuridad de la noche que envuelve los sentidos con un manto de complicidad, haz lo que quieras, la luz no te observa. El rugido del bosque que ahoga cualquier gemido o grito de socorro. Salgo de mi fantasía y abro los ojos: me despierto cercada por las frustraciones de los demás, sus miedos, sus represiones, su falta de libertad, su aburrimiento, sus odios, sus tragedias, necesidad enferma de coaptar la libertad del otro, porque el otro es imperfecto como uno mismo y es justamente esa imperfección del otro lo que nos reconforta, y hasta no encontrar esa imperfección el juego de la seducción se mantiene vivo. Eres tu la perfección que también estás hecho de carne y ego? No, somos todos hijos del hombre. Te escondes detrás de tu aire solemne, no respondes a todas las preguntas sobre tu vida, pues bien sabes que tú también eres débil, llevas el placer hasta su nivel extremo (al menos esos placeres que puedes dominar), los otros los miras solo de reojo, atento a no perder el control de tu respiración, pero basta solamente un nuevo encuentro, uno más próximo, una palabra susurrada al oído, una mirada fuerte y determinada.