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Dictadura del Mercado

¡Viva la Revolución!

“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad (…) imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta ahora desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”  (Karl Marx, Manifest der Kommunistischen Partei).

Así comienza la historia de las injusticias en todo el mundo, de las desigualdades económicas y por ende, sociales y culturales, y entre las cuales el tiempo  ha alargado  más la distancia. Pero nace también en el fondo de muchos inconformes o de otros solidarios el sentimiento rebelde que busca poner fin a las atrocidades que cometen quienes poseen el poder sobre un pueblo indefenso. Esta también es la historia de América Latina, un continente que desde su “descubrimiento” por parte de los europeos ha estado ligado a un pasado de luchas que aun no termina. El siglo pasado que fue para el mundo entero un siglo de cambios importantes en todo sentido; de descubrimientos, tecnología, filosofía, nuevas formas de arte etc. fue un siglo marcado por revoluciones de gran magnitud que significaron un giro de pensamiento para los latinos.

Hablando de revolución, quiero no sólo hablar de los sucesos histórico-políticos por los que atravesaron Argentina y Chile durante los sesentas, sino de la renovación filosófica a la que se vieron obligadas a atravesar estas dos naciones para salir “victoriosas” (término superfluo para indicar que la etapa terminó) del momento por el que atravesaron gracias al levantamiento de una voz que nunca había sido escuchada, la del pueblo. Son situaciones distintas; mientras que en Chile la disputa era meramente entre partidos (derecha e izquierda), la situación de Argentina era un poco más compleja. El país abría los ojos ante una dura y cruel realidad. La falsedad. Los ideales eran completamente erróneos e iban en contra de todo lo que se puede llamar verdadera civilización. Pensamientos militares gobernaban la republica, y con ellos el poder de desaparecer a quienes simplemente no estuvieran con ellos. Los sesentas, es un despertar de ideas frescas y rebeldes cuyo único fin era tener un contacto directo con la realidad del país y de hecho, crear una nueva realidad para el mismo.

La revolución entonces no era una opción, se necesitaba. Quienes tomaron la bandera fue un grupo de intelectuales marginales, que se enfrentaban al difícil desafío de liberarse del futuro que empezaba a esbozarse para Argentina. Empieza la revolución, no la armada sino la intelectual. 

Chile por su lado atravesaba por el cambio de gobierno de derecha a izquierda, Allende traía ideas bastante liberales motivo suficiente para que los burgueses se volcaran en contra del pueblo chileno, atropellándolo con crímenes y dejando a su paso sangre de por medio.  Las calles estaban llenas de manifestaciones, gritos, disputas, carteles. Quejas que se vuelven protestas, y protestas que se convierten en rebeliones.

El poder es intelectual,  no político.

 

Entendemos la política como “el ejercicio del poder”. Cito la definición de Karl Schmitt que mira la política “como juego o dialéctica amigo-enemigo, que tiene en la guerra su máxima expresión”  o según Maurice Duverger la política es “la  lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los vencedores usarían en su beneficio”. Sin embargo existen otras definiciones menos bèlicas, que ven en la política el poder para obrar a favor de una comunidad. Dos distantes ilustraciones de poder. Resumiendo podríamos afirmar entonces que la política, en nuestros días, se constituye como el proceso por el cual alguien llega al poder, lo retiene y lo ejerce con “algún” fin.

 

Termina siendo la concepción de política, todo, menos el procurar el beneficio de un pueblo, dejando a un lado pensamientos de derecha o de izquierda se reduce al manejo del poder. Pero nos encontramos con un poder sin destino alguno, del que todos se quejan, sistemas autoritarios que destruyen pueblos y personas, crean caos y desacuerdos, y es entonces cuando alguien entre tanta injusticia decide intentar poner alto al asunto. Es así como de grupos marginales se generan movimientos que buscan un mejor manejo del poder.

Rebeldes revolucionarios

A este grupo de jóvenes contestatarios cuyo único sentido era la utopía, y que bajo ella tenían vía libre para actuar a su antojo, quisiera llamar rebeldes revolucionarios. Rebeldes porque desde la base de la sociedad empiezan a mover el pensamiento de las masas, a despertar su conciencia. Y revolucionarios porque definitivamente cuyo principal objetivo era hacer un fuerte reclamo a los dirigentes de la época, el revolucionario busca transformar el poder. Su principal herramienta era el arte.

Estas mentes hijas del caos y el desorden, que creían firmemente en la libertad del pensamiento, hallaron en el cine, el camino perfecto para sacudir a la sociedad y hacer eco en la conciencia de la gente. Con la posibilidad de hacer cine comercial o de ficción, el compromiso debía ser político, conociendo los efectos que hacen los medios de comunicación en las masas. Es así como Fernando Solanas por Argentina y Patricio Guzmán por Chile, (por mencionar quienes son nombrados en la lectura) deciden generar controversia con sus obras audiovisuales sabiendo los riesgos que trae tener ideas revolucionarias.  Nos dejan como registro histórico los trípticos “La Hora de los Hornos” y “La Batalla de Chile”. A este movimiento se le conoce como cine liberación, cuyo nombre no deja dudas en sus espectadores. Fernando Ezequiel Solanas nos propone  un documental que según él rompe los esquemas, y se valía de todos los recursos posibles para agitar y provocar pero sobre todo llegar a la reflexión. Lo que sigue es una revuelta mental. Las proyecciones empezaron a hacerse masivas, y cada vez más eran las personas de distintas clases políticas, económicas, culturales y religiosas, las que se encaraban a la realidad de Argentina, hasta ahora oculta.

 

Para Patricio Guzmán, la situación no era menos compleja. Allende logra llegar al poder y con él ideas izquierdistas, por lo que la burguesía estalló en furia y crímenes en contra del pueblo chileno. Por esas épocas Patricio Guzmán estaba terminando sus estudios en la escuela de cine de Madrid, situación propicia para que el cómo chileno instalado en otro país pudiera aprender sobre la historia de su país y la política mundial, cosa que lo llevó a replantear sus ideas políticas. A su regreso a Chile se encontró con un país en caos, la gente en las calles demandaba sus derechos, manifestaciones de derecha, de izquierda, de personas inconformes. Idea: un documental sobre la revolución en Chile. Así nace, La batalla de Chile. Una obra que le significaría el exilio a Guzmán, momentos de sufrimiento, miedo y censura.

 

Para ambos el estilo del documental es militante, que tras la queja persigue la reflexión y la transformación. Y la reacción no se hizo esperar, el sistema empezaba un retroceso y el cambio de pensamiento iba en avance.  Sin embargo como era de esperarse, las injusticias no cesaron, siguieron periodos duros para ambos países y hoy en día las luchas entre derecha e izquierda continúan. La idea utópica de que el arte va a revolucionar el mundo, sigue vigente pero muy a mi pesar sigue siendo utópica. Nadie afirma que un par de películas hayan cambiado la historia política de estos países, sin embargo el gran aporte del cine liberación es el descubrimiento de del poder escondido que hasta entonces el cine guardaba, la crítica política. Y que de seguir haciendo películas criticas, fuertes y duras con el sistema que falla, habrá también un despertar revolucionario  en las masas que aun permanecen dormidas.

Pero, ¿ahora quien tiene el poder? Los momentos de revolución y caos ya pasaron, pero los filmes no. Los ideales de aquellas épocas han muerto en las cabezas de quienes los propiciaron, pero aunque mueran estos intelectuales las obras van a tener vida siempre, y cada vez que sean vistas por alguien, reinará sobre la realidad captada, la mirada de quien nos cuenta esta historia. Estos jóvenes intelectuales de los 60’s acaban dándole una “paliza” a la política con su arma más letal, el cine.