Fayette

Podía llamarme Fayette y cada noche preparar una ensalada distinta,
colocar en el recipiente una cucharada de aceite, otra de vinagre, pepinos, tomates, y aceitunas.
Si mi nombre fuera Fayette, y hubiese hecho todo bien, hoy sería una ama de casa con tre bambini.
No conviviría con la ansiedad y el estrés,
con la falta de autenticidad y el autosaboteo.
Pero quizás estaría todavía sometida el incesante y obtuso yugo de la exigencia del macho,
la de aquél hermano que me vio objeto y no sujeto,
que no pudo cuidar mi corazón para verlo dar sus frutos más dulces.
Quizás Fayette estaría tragando cada gota amarga del resultar invisible
mientras su hombre solo llega a comer en 3 minutos lo que ella cocinó 3 horas.
Quizás Fayette tiene esa cara impasible porque nunca aprendió a decir
aquí estoy, esta soy yo.
En cambio yo, que no soy Fayette, vivo con la abrumadora corriente del todo.
Ahogándome entre voces que gritan un nombre que no tiene letras,
pero que es el mío.

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