Archivo mensual: junio 2011

Odio y otros remedios para el malestar cotidiano

En el teatro de la sociedad, los mejores actores tendrán los mejores papeles y podrán ser famosos y aclamados, pero son los silenciosos pensadores quienes escriben la obra y se esconden tras el gran telón.

Muchas son las características que describen el momento que estamos atravesando, o yo diría mejor, sufriendo. Sin duda alguna el ser humano, tanto física como mentalmente, evoluciona día tras día adaptándose al entorno que lo rodea. Y nuestro entorno es hostíl. Así de sencillo. Es difícil ser una «buena persona» hoy en dia, o como dirían los Cohen, «a serious man». A cada momento nos enfrentamos con situaciones realmente duras y complejas a las cuales no siempre podemos responder como quisiéramos. No hace falta que describa el etorno hostíl, pero para que no quepan incertidumbres, me refiero a la envidia, la grosería, el egoísmo, la maldad, el rencor, y dirán seguramente, «ah si pero el ser humano por naturaleza es así… siempre ha sido así», pero es que el problema no son estos «antivalores» como su escala actual. Hoy, estos comportamientos han traspado los límites de la mesura y la conciencia.

Es decir, todos queremos y soñamos con un mundo feliz, todos. Muchos violentos -no hablo de los violentos psiquiátricos- hoy en cárceles, lo son no por elección sino por el vivir sométidos a entornos hostiles que, aunque no hay justificación alguna, los obligan a adoptar estas actitudes ofensivas y dañinas hacia los demás. Podríamos serguir develando estas razones que bien conocemos, para terminar remitiéndonos nuevamente al sistema podrido que nos maltrata. Pero este no es el tema, el tema es que no me parece tan absurdo comportarnos con los demás, así cómo quisiéramos que ellos se comportaran con nosotros. Comportamiento que va más allá de las personalidades de cada quien; gruñones, amargados y tímidos, todos tienen la capacidad de brindar un buen trato, un trato justo, que dignifique a la otra persona, aceptando siempre la propia personalidad y la del otro.

Todos nos quejamos, todos quisiéramos tener menos preocupaciones, todos soñamos con caminar tranquilos por las calles, entonces yo no me explico, el porqué de tanta maldad. Es una maldad que se ha extendido de modo tan desmedido que invade cada milímetro de nuestras existencias, y terminamos aceptando ese entorno e incluso sin quererlo participando de él, simplemente porque no «hay otra alternativa» para defenderse. Pareciera que el ser «buena gente» no paga, no sirve, nos hace bobos sociales, carnada para que un «vivo» se aproveche de nosotros. Porque si se fijan bien, la mayoría de personas exitosas (en el sentido capitalista de la palabra) no son almas bondadosas, por el contrario, han recurrido a actitudes dañinas para poder llegar a su cima.

De seguro me dirán ahora, «entonces eres misántropa» como le preguntaron una vez a Zizek en una entrevista. Yo digo no, no soy misantropa, odiar a la especie humana es odiar también sus bondades y caer en el mismo juego de la maldad hacia el otro. No obstante, comparto la respuesta de Zizek: «Sí, soy misántropo… existe cierto tipo de misantropía que es mucho más aceptable como  actitud social que la hipocrecía que representan muchas actitudes sociales hoy entendidas como buenas, tipo ese optimismo vulgar de los libros de autoayuda, o la caridad barata que tantas empresas como iglesias predican».

Hoy, mi querido amigo Robert, misántropo o no, citaba en su facebook: «Verdadera miseria es vivir en la tierra. Cuando el hombre quiere ser más espiritual, tanto le será más amarga la vida; porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana.» KEMPIS: imitación de Cristo, libro 1, capítulo 22.  Aunque quisiera ser filántropa, me es imposible no coincidir con dicha frase. Pues bien me pasa cada día, que entre más intento reconciliarme con la raza humana teniendo un trato justo con todos, apelando a su bondad y conciencia por más escondida que esté en cada uno, más me doy por vencida y más me siento frustrada.

Es irreversible, el individualismo es el presente y el futuro, comportarnos como animales egoístas es y será el único modo de sobrevivir. Hemos llegado a un punto, en que la ética y la convivencia pacífica, no representan nada, es así entonces como prácticas nobles como la justicia, la política, la economía y la democracia se ven envilecidas, incluyendo la religión, y por ende el trato cotidiano. Cuando nuestras razones para justificar cualquier disputa son la ética y los buenos valores, lo único que recibiremos como contrarrespuesta será una burla, que te calienta la sangre, te indigna y te ofende. Y eso envenena a cualquiera. Sin embargo, y para cerrar con un poco de optimismo -cosa que no suelo hacer- entre más veneno más inmunidad, nunca la hostilidad, la brutalidad y la maldad, serán razones suficientes para decidir dejar de tener un trato digno hacia los demás. Deberemos entonces conformarnos con el placer que brinda comportarse en consecuencia con aquello en lo que creemos, en lugar de hacerlo porque creemos que brindando un trato justo vamos a construir una mejor sociedad, este ingenuo sueño sólo nos traerá más resentimiento y frustración, pues ya dijo Nietzche: la esperanza es el tormento del hombre.

No me importa si  escondes la comida en tus cajones para no compartir. No me importa si ignoras mi presencia. No me interesan tus planes para destruirme. No me interesa tu envidia  y tu codicia. No me importa que me dejes en la calle, que te robes mi dinero y mis bienes. La dignidad es indestructuble. Y de todos modos para la próxima guerra ya no importará qué está bien o qué está mal, sino aquello que ha quedado.

Coctel Suicida

Salir de otro día de trabajo a encontrarte contigo mismo. Te das cuenta entonces que el trabajo se convierte simplemente en un antídoto contra la filosofía, la escusa perfecta para no torturarte con los dilemas existenciales de cada día. Ahora comprendo el éxito de esos adictos al trabajo, mejor dedicar tus esfuerzos intelectuales y físicos a algo que está fuera de ti. no? Sin embargo, siempre llega un punto en el que tienes que enfrentarte cara a cara con la realidad.

Salir del trabajo a tomar el bus de regreso a casa, de regreso a la soledad, de regreso a la libertad. Y es duro convivir con la libertad. El bus se convierte entonces en la transición entra la anestesia y el dolor. Caras, muchas caras, cada una ensímismada en un mar de pensamientos. Gente común, gente de verdad, es la «gente» de la que tanto hablamos, y a la que tanto tememos, y a la cual, queramos o no, pertenecemos. Empieza entonces el desfile de la infelicidad y la injusticia.

«Señores disculpen la molestia, no quiero robar su tiempo, ni sacarles la mirada de la ventanilla. Soy un joven con dos hijos, no tengo empleo, y vengo a ofrecerles estos caramelos. Al menos no estoy en las calles robando y vengo a ganarme la vida honradamente. Ayudénme con cualquier monedita. Dios los bendiga» Dice más o menos el discurso de todos. Y es normal preguntarse: porqué no soy yo el que está allí ganandose la vida en un bus?

La ventanilla en efecto es el único escape a tan desdichado espectáculo y a tan desdichados pensamientos. Te concentras entonces en ver la ciudad, quienes caminan, quienes van en carro, quienes están en los negocios, quienes duermen en la calle. La ciudad y su humo tóxico. La maldita ciudad, símbolo del desarrollo y la modernidad. La ciudad y su gentío. La ciudad y su ruido. Hay algo más parecido al infierno?

Llegas a la casa y entras buscando refugio, y justo en el momento en que tus oídos se apaciguan, tu mente empieza a batallar. El sinsentido de la vida te envuelve en una espiral de pensamientos que terminan por producirte vómito y mareo. Hasta que un estruendoso sonido ensordece y ciega tu cabeza. Como una bomba atómica que es lanzada por algún ser malvado, cuando menos te lo esperas y destruye todo a su paso.

-Silencio-

Respiras profundamente, y en un arranque involuntario, te pones los zapatos de nuevo, la chaqueta y sales a buscar algo. Algo. Cualquier cosa. En un vértigo de colores, la noche con su ruido, la gente y los olores, te acogen al tener que preocuparte sólo por pedir el siguiente trago. Pruebas una tranquilidad momentánea, y sabes que es momentánea. Es así como los placeres, te salvaron de nuevo de una noche de depresión y soledad, exactamente como un Joker. Una semana más que termina en el círculo vicioso que es la vida.

Sí, tengo tiempo para filosofar, pero gracias a Satán…. es Viernes!