Estás viejo, qué más da. Tus amigos se han marchado, también tu mujer, y la amante que tuviste el fin de semana pasado. Caminas por las calles de tu infancia añorándolas y aborreciéndolas al tiempo. Cada lugar de tu barrio, de tu ciudad, evoca un momento, una circunstancia, un amor, una palabra de ira. Huele al lápiz de la escuela y al perfume de la primera mujer. Atesoras cada uno de los instantes que marcaron los puntos de giro de tu historia, aunque sean feos, aunque sean bellos. Es lo único verdaderamente tuyo y por eso, cada uno de esos instantes es sagrado. De hecho, ahora mismo te das cuenta que podrías construir un santuario con todo aquello que consideras sagrado. De hecho, ahora te das cuenta otra vez que ese amor ya no va a volver y aún así te rehúsas a pensarlo de verdad. Estás viejo y sabes que hay recuerdos que es mejor no tocar, que deben quedarse ahí intactos ante la implacable resignación que procura el paso del tiempo y a esos recuerdos sagrados eres capaz de proteger con toda tu ferocidad. Nada ni nadie puede cambiar el orden con el que transcurrió tu vida. Estás viejo y te das cuenta que esos recuerdos son lo único que en realidad importa. Hiciste plata, la malgastaste, la ahorraste, la invertiste y la volviste a gastar en las mismas cosas. Estás viejo, leíste los libros que tenías que leer y luego te fuiste a escribir los tuyos propios aunque no los hayas terminado. Estás viejo, ya te viste una nueva arruga y esa verruga que no quieres reconocer. Estás viejo y la noción del tiempo ya se ha vuelto confusa, atender el calendario se lo dejas a los adolescentes. Cierras los ojos un poco y te quedas pensando un par de segundos antes de recordar claramente aquello que sucedió el verano pasado. Estás viejo, en este momento estás confundiendo el verano pasado, con el del año antepasado. No. Parece ser el domingo anterior o de pronto, uno de esos sábados de soledad en el bar de siempre. ¿Estamos en el 2013 o en el 2003? Estás viejo y lo notas en tu cuerpo, no eres más el esbelto joven que saltaba de piedra en piedra creyéndose el protagonista de su propia película. Si alguien te dijera que eres tú el del espejo, no le creerías, pero es que ni siquiera lo crees ahora mientras te observas la muela 46 que se sigue ennegreciendo. Estás viejo y lo notaste primero en las tetas de las últimas tipas que te comiste. No eran las mismas que te comías en la universidad, tampoco los muslos, ni los dientes, ni los ojos, pues han adquirido, bien sean los muslos, o los dientes, o los ojos, ese color amarillento de las fotos cuando se envejecen en un álbum que nadie abre nunca. Ellas ya no llegan con frases de amor ni con ojos brillantes, ellas ya no creen en eso, las han dejado varias veces, exactamente como a ti, y se encuentran en la desdicha del desamor, en la esperanza del desesperanzado, en una solitaria compañía. Estás viejo y tampoco eso importa. La compañía si bien la has tenido, la soledad es siempre más confiable y así por lo menos tienes la certeza de que nadie nunca tratará de entrar en el santuario donde tus recuerdos sagrados permanecen en estado vegetal desde hace tantos años. Vivos pero muertos. Muertos pero vivos. No existe ni siquiera una palabra para denominar un pasado con ínfulas de presente. Estás viejo y te has llenado de costumbres para detener el paso del tiempo, hábito tras hábito vas ralentizando todo, como cuando le echas agua al shampoo para que te alcance un par de días más. Pero siempre llega el ocaso y justo a esta hora recuerdas que es hora de preparar el té y darle comida al gato. Estás viejo y ya has terminado de escribir la enciclopedia de tus propias teorías. Teorías para la caída del cabello, inútiles teorías para la injusticia social, teoría para cada uno de los fracasos de tu vida, e infinitas teorías para clasificar a la gente que se te cruza por la calle. Estás viejo e irónicamente te sientes como el último de la clase, el alumno bobo, el que siempre estuvo detrás de los otros sin comprender mucho, el que se quedaba con mil preguntas en la cabeza durante el recreo. Estás viejo y el mundo ha comenzado a girar a otra revolución, te indignas porque nadie te pidió permiso, te frustras porque no le puedes seguir el paso. Estás viejo y entiendes, pero sin decirle a nadie, que lo que ya no entendiste no lo vas a entender, y probablemente ya no tienes ganas de entenderlo. Estás viejo y quizá sea justamente esta la sabiduría de estar viejo. Entender que se está viejo.
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