0:45 Una música calma llena el ambiente, la experiencia del amor finalmente empieza a dar sus frutos, unos frutos rojos y sanos cargados de dulce sabor y fresco aroma. Me dejo llevar por una nube de sentimiento calentada por el tungsteno. Toda una vida que cobra sentido, el perdón al haber nacido, la confianza para todos los años venideros. En este lugar donde el sol sale y se oculta siempre a la misma hora, el tiempo parece no avanzar, me he quedado suspendido en un estado alegre del alma. Un abrazo infinito. Un suspiro que llena cada célula como cada espacio de duda. Cualquier otra cosa se desvanece y se hace frágil ante una potencia tan fuerte. La luz de la calle entra a través de la cortina, se refleja en el espejo, llega hasta mi rostro y me acaricia. La casa está bajo llave, nadie habita aquí más que yo, en este lugar selvático y pacífico al mismo tiempo, la puerta permanece cerrada y del otro lado cualquier cosa es posible, alguien que espera, alguien que lee, alguien que sueña en su propia soledad. La noche cae entre el sonido de una trompeta, se desliza suave e imperceptible, pero furiosa, cargada de sensaciones. Una gota de sudor se desliza por mi espalda. La filosofía se reduce a su mínima expresión, esa dónde ella misma no puede hacer nada: la calma profunda de la noche, el infinito mundo interior que no se ve apabullado ante el silencio y los perros que vigilan la calle sin pavimento. Nosotros que en algún momento corrompimos nuestra vida utópica con una demoníaca y pecaminosa sed de curiosidad, que decidimos concientemente retar el secreto; cuando hay secreto, la respuesta está asegurada y sólo hay que descubrirla, aunque a veces resulte fácil sentirse frustrado ante la ferocidad con la que está resguardado ese secreto. Las miles de veces en las que aniquilamos nuestras ilusiones simplemente desaparecen como si nunca hubiesen existido. Los niños se duermen con el sonido de las palmeras, mientras permanezco extendido en la cama. Un sonido me saca de la reflexión, la puerta de mi habitación rechina, siento el vértigo en mi estomago.
1:17 El invierno ya está aquí. El frío se lee a través de la ventana, dentro es cálido y no provoca salir de la estancia, no provoca alejarse del fuego. La noche se divorcia de la melancolía, la copa de vino para uno jamás fue tan agradable, los pequeños recuerdos amorosos llenan el espacio; nunca antes la belleza en todas sus expresiones, fue tan trascendental. Cualquier movimiento por más suave que sea, deja una estela al pasar, una estela que permanece en la eternidad, miles de fotogramas que sobreviven en el gran álbum de la historia y de la relatividad del tiempo. Estar aquí evoca todas las noches anteriores, pero el fuego de la chimenea hoy no guarda escenas de falsa compañía o ridícula soledad, hoy brilla con un rojo especial, casi como si hablara, como si comprendiera. Espero algo. Miro el reloj que parece andar más rápido que mi pensamiento. Imagino algo: algún paraje extraño a mi cotidianidad donde de todos modos he dejado una parte de mí y que vive allí solitaria como use único lucero que esta noche acompaña a la luna. Sí. Es la misma luna y es el mismo lucero. Una energía superior nos abraza, latimos al unísono con la misma trompeta. La fatalidad de la existencia se disuelve entre las palabras y me conforta. Hoy he sido absuelto una vez más de la nimiedad y a cambio de muy poco. Aquél árbol frente a casa ya perdió casi todas sus hojas. Dicen que mañana será un día frío y nublado. Dicen que el próximo año habremos superado la crisis. Dicen que existe algo que se llama sociedad, y existo yo lejos de ella. Dicen de mí que soy un loco que escribe largas cartas al amanecer. Y cada día llega uno nuevo, o quizá el mismo que se repite hasta el infinito. Aquí me quedaré sentado hasta que el rey sol me alumbre a través de la ventana, cuando me sorprenderá dormido en mi viejo sillón con algunas brasas aún calientes. Es la eterna soledad, entre la multitud, o en pleno orgasmo, nunca cambia, nunca se va. Permanece. Y eso que permanece somos nosotros. Quienes nunca se han sentido solos no serán nunca capaces de reconocerse. Suspiro. Río en mis adentros. Miro a mi alrededor. Una luz se enciende del otro lado de la puerta. El ritmo del corazón se acelera subitamente. Una silueta humana se acerca silenciosa en la penumbra.
“Te estaba esperando”
“Yo también”
“Sólo era cuestión de abrir la puerta”